Mucho se habla hoy de la capacidad de todos los ciudadanos, del derecho de todos los ciudadanos, al voto. Bien, pues del mismo modo que un loco o un disminuido mental no está capacitado para ejercer su derecho, porque no es capaz de comprender en toda su complejidad lo que su voto representa -ni mucho menos de percibir correctamente la cuestión acerca de la cual se lleva a cabo la votación-, de igual modo pienso que no puede comprender estas cuestiones, y por tanto no puede ejercer el derecho al voto, aquel grupo de personas que no tenga una educación, una formación, política lo suficientemente extensa y profunda como para abordar ampliamente los flancos antes subrayados.
Por tanto, ante la imposibilidad de discernir quien sí y quien no tendría derecho hoy al voto -doy ya por supuesto que el voto debe ser algo censitario, no abierto a todos los ciudadanos como las nuevas democracias, tan alejadas de la original de Atenas, se empeñan en implantar- pienso que la primera crítica debería ser personal de tal modo que todos, antes de votar, deberíamos plantearnos si estamos, o no, suficientemente preparados para hacerlo y, en caso contrario, abstenernos.
Ahora, respecto al modo de llegar a obtener el ejercicio del derecho al voto, diré que la política actual, desde la comprensión plena del funcionamiento de las diferentes instituciones a los planteamientos históricos y actuales de los diferentes partidos deberían ser enseñados en la escuela a los infantes como materia obligada hasta el fin de los estudios de bachillerato (¿en forma de educación para la ciudadanía?), y que su aprobación -por un jurado mucho más elevado e imparcial que el escolar- sería obligatoria para la obtención de dicha distinción.
Todo esto es necesario puesto que la política, como arma tremenda de poder incalculable que es, debe ser bien manejada y regida, y aquellos que votan por razones de mera costumbre o inercia, alejados del voto particular y meditado, no hacen más que lubricar los raíles de un tren ya descarrilado.
Hagamos notar, además, la necesidad de participación activa de estos entes con derecho a voto. Desde una estructura de pequeños núcleos de votación, deberían tomarse las decisiones no administrativas, las importantes, las decisivas para la vida diaria. Habrá quien diga que este planteamiento carecerá de base en tanto en cuanto los ciudadanos mirarán por su propio bien individual, olvidándose de lo que de verdad es necesario. Bien, yo digo que una buena enseñanza política debe enseñar precisamente eso, que la política tiene unas repercusiones sociales a las que todos estamos expuestos, puesto que el derecho a voto no va a conllevar otro tipo de diferencias fiscales ni judiciales, aunque naturalmente el voto habrá de ser interesado -en los casos que lo sea- como lo es hoy mismo.
No estamos diciendo que sólo un grupo censitario tenga derecho a voto, sino que sólo aquel grupo que obtenga el uso a dicho derecho debe tenerlo, con igual de opportunidades en la salida, no en la meta, teniendo todo el conjunto de la ciudadanía posibilidad de llegar a lograrlo(tal como un carné de conducir, para la obtención del cual se obliga al pretendiente a un intenso estudio y a la aprobación de un exámen). Esto resulta totalmente necesario, cuando la estancia de un determinado grupo o líder en el poder puede cambiar los rumbos políticos -así como los económicos y sociales (veamos el caso de Bush)-, y sobre todo cuando vemos claramente, como hoy es el caso, que las decisiones de voto se decantan desde un alambique puramente sofista y falaz como son los mítines televisivos (me remito sin mayor problema al caso antes citado de las elecciones norteamericanas).
Claro que esta no es la situación ideal, el planteamiento ideal consistiría en una ciudadanía que tuviese ya tan interiorizados los ideales y conceptos políticos que no fuera necesario un exámen, que el derecho a voto fuera un derecho de implantación universal a demás de un derecho meramente universal. Pero, para esto, son necesarias muchas generaciones de personas educadas en la auténtica política. La situación actual es el resultado de la implantación, de la noche a la mañana, de un derecho a voto a todas las personas, que vieron que podían meter una papeleta en una urna sin saber muy bien lo que ello conllevaba, ni lo se esperaba de aquellos que la metían a nivel de decisión.
No caiga nadie en la fácil crítica de decir que lo que yo quiero es que todo el mundo vote a mi opción política -que lo quiero- y que todo lo demás me parecerá infundado y falto de contenido. Aquel que desee votar por igualdad y falta de fronteras, como el que quiera hacerlo por la desigualdad y el genocidio, como el que quiera mezclar ambas opciones, háganlo, pero basados en ideas, conceptos, leyes y normas claras y no erróneas, teniendo en cuenta que si algo es relativo en la historia son los juicios de valor y la política. Yo estoy en contra de ser asesinado, pero si alguien me argumenta lo suficientemente bien como para acabar convenciéndome de que mi asesinato es lo mejor que se puede hacer conmigo, no podrán asesinarme, porque resultará un suicidio.
Ahora, tampoco a de inclinarse la balanza a mi favor extremadamente e imponer unos criterios en esa posibilidad de obtención del derecho basados en otra plataforma que la meramente intelectual y comprensiva -hablo de conceptos raciales, sociales, étnicos, culturales, etc.- (como también resulta para el caso antes citado). Estos cortes en las listas son injustos, pues no miran por el buen funcionamiento de las diferentes instituciones y decisiones, sino por prejuicios personales o colectivos basados en datos falseados o, peor aún, sin ninguna base documental, falsa o veraz.
San Sebastián, re-redacción sobre un texto propio de 2004.
1 comentario:
Como dijo hace poco un amigo: "yo soy de izquierdas, pero no creo en la izquierda del 'todo vale'"
Publicar un comentario